De vez en cuando alguien me comenta después de Misa con un suspiro de alivio, "Esa Misa fue de mucha paz. ¡No escuché ni un solo bebé llorando!" Cuando escucho un comentario como ese, suelo pensar: "¡Qué triste, ni un solo bebé llorando!" Obviamente, hay un momento en que un bebé que llora necesita ser llevado temporalmente al atrio, pero la iglesia que no tiene bebés llorando, es la iglesia que está a punto de morir.
Día a día me encuentro con personas en esos almacenes humanos que llamamos asilos de ancianos, totalmente solos, esperando su momento hasta que mueren. No tienen a nadie que los visite, en algunos casos, porque en su intento de crear un mundo exitoso para ellos y de darles el mundo entero a sus 2.5 hijos, crearon un mundo que era realmente estéril. Los pocos niños a quienes dieron vida pensaron que el mundo giraba en torno a ellos. En nuestros esfuerzos muy "bien informados" para controlar nuestra fertilidad, las personas del llamado mundo "desarrollado", desde hace algún tiempo han adoptado una tasa de natalidad que está muy por debajo de los niveles de reemplazo. Muchas economías de todo el mundo, como Japón, ya están sintiendo el dolor de una población que envejece y que ya no puede apoyar a los jubilados y los que no pueden trabajar. En los Estados Unidos, las estadísticas muestran que la inmigración es lo único que ha impedido el día del ajuste de cuentas. Nuestra Iglesia Católica ha recibido de Dios una hermosa enseñanza, la cual nos ayuda a reconocer cada matrimonio como una oportunidad para revelar el amor fiel de Dios en el mundo y en cada vida humana como una expresión del poder creativo de ese amor. Esta enseñanza fue bellamente reiterada por el Papa Juan Pablo VI, en su carta titulada "Humanae Vitae", que se traduce "De la vida humana". Esta carta encíclica marcó su 50 aniversario a finales de julio. Esta enseñanza basada en la Biblia revela el privilegio otorgado a los esposos y esposas para compartir el trabajo más grande de Dios. Estamos invitados a vernos a nosotros mismos como cooperadores en el trabajo de Dios, en lugar de manipuladores de Él. Una pareja casada es llamada a la oración y valientemente a ponerse a disposición del plan de Dios para sus vidas. Ciertamente deberían buscar usar los mismos ciclos de fertilidad que Dios ha puesto en la naturaleza para espaciar su procreación (Planificación Familiar Natural), pero esto siempre debe ser con un espíritu de apertura y confianza de que lo que Dios envía, también lo proveerá. Descubrimos cada vez más que cuando los seres humanos nos vemos a nosotros mismos como controladores, en lugar de cooperadores, dueños del mundo en el que vivimos, en lugar de administradores de él, tendemos a dejar nada más que destrucción a nuestro paso. En nombre de la libertad y la liberación, hemos vendido anticonceptivos artificiales a las mujeres, que ahora son reconocidos por la Organización Mundial de la Salud como carcinógenos y que causan muchos otros problemas de salud. En lugar de liberar a las mujeres, la anticoncepción las ha convertido en objetos de lujuria más que nunca antes. Separar la posibilidad de que la vida pueda resultar de un encuentro sexual, ha llevado a hombres y mujeres a reducir el sexo a poco más que una forma de recreación. En estos años, se suponía que la anticoncepción debía liberar a las mujeres, en cambio, hemos visto explotar pornografía y embarazos imprevistos y el rompimiento del matrimonio. ¿Qué clase de avance es esto para la mujer? Oro para que nosotros, especialmente nosotros los católicos, veamos pronto el error de nuestros caminos y reconozcamos el maravilloso regalo y la gran alegría que se produce cuando las parejas casadas generosamente entregan sus vidas a Dios y a su plan providencial. Los niños son verdaderamente nuestro mayor tesoro y una bendición más allá de toda medida para una familia y para nuestra comunidad cristiana. ¡Que Dios nos conceda todo un coro de bebés llorando! + Obispo Mark
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AuthorMost Rev. Mark J. Seitz Archives
May 2020
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